martes, 2 de junio de 2015

Más Fútbol y Menos Humo.

Texto realizado por Marcos Lozano, voz autorizada que vive en primera persona las distintas corrientes derivadas de los últimos acontecimientos que han tenido lugar en el panorama futbolístico y político actual. También lo podéis encontrar en su blog: http://thedarkcritic.blogspot.com.es/

Dice así...



Ya lo decía mi padre, qué tendrán que ver los cojones para comer trigo…

No soy hombre de meterme en este tipo de “fregaos”, pero tampoco soy inmune al bombardeo mediático y de las redes sociales, así que por una vez, y quizás también para que sirva de precedente, voy a dar mi opinión sobre la ya famosa pitada al himno nacional español.

30 de Mayo de 2015, día de fútbol, final de Copa entre el Athletic Club y el Barça en el Camp Nou. Un día que debería ser recordado por las muchas, muchísimas horas y muestras de convivencia ejemplar entre los aficionados de ambos equipos por las calles de Barcelona, por el incansable apoyo de una de las mejores aficiones de nuestra Liga, si no la mejor, a su equipo, por los 60 minutos largos de impresionante fútbol del Barça, o por la enésima exhibición de Messi.

En lugar de eso, se ha dedicado mucha más tinta y saliva a lo sucedido durante apenas un minuto previo al inicio del partido. Deporte y política, como agua y aceite, nunca deberían mezclarse; son idiomas diferentes, simbologías diferentes, valores casi antagónicos. Ya nos lo recordaba el grandioso spot del Atlético de Madrid hace unos años.



Y es que aquí se enfrentan dos sensibilidades entre las que, en este caso concreto, casi todo el mundo tiene parte de razón, y al mismo tiempo nadie la tiene.

Como “charnego” que soy (catalán hijo de inmigrantes), he desarrollado mi propio punto de vista respecto a la actual situación. Entiendo y respeto el sentimiento de identidad nacional catalana dentro del marco de la convivencia pacífica, y por supuesto, apoyo firmemente la consolidación de su patrimonio cultural y la lengua catalana, de los cuales me siento orgulloso, así como de otros patrimonios pertenecientes a mi linaje. Esta es una postura que siempre he defendido extrapolada a cualquier identidad nacional y cultura. No hay mayor tragedia que negar cualquier singularidad para reafirmarnos en una homogeneidad imaginaria. Sin embargo, creo que el movimiento independentista actual responde más bien a una situación de rechazo a la incompetencia de los gobernantes a nivel nacional, y a una manipulación interesada a nivel territorial, que a un verdadero sentimiento identitario por parte de muchos (aunque esa, es otra historia). Rechazo absolutamente la manipulación en ambos sentidos, y por supuesto condeno la proliferación y manifestación del odio y la violencia en cualquier dirección.

Y aquí voy a abrir un pequeño paréntesis. Durante mi infancia, mucho antes de que todo esto empezara, o mejor dicho, mucho antes de que se convirtiera en trending topic, pasaba casi todos los veranos en la Andalucía natal de mis padres. Y entre todos los amigos que allí hice, nadie me trataba de manera diferente, salvo por la constante (y sanísima) curiosidad de cómo se dice esto o aquello otro en catalán y preguntas por el estilo. Y sin embargo, el coche de mi padre, taxista de profesión por aquel entonces, cada año volvía con alguna cicatriz: cuando no era un escupitajo, era una rayada, una pedrada, o una rueda pinchada. De la misma manera, imagino que mucha gente con matrícula de Madrid en Cataluña podrá contar experiencias similares. Lo que vengo a querer decir con esto, es que el odio, ejercido de manera impersonal y cobarde, siempre ha estado ahí. La violencia está latente en nuestra propia naturaleza, y la razón no siempre es capaz de combatirla. A veces a duras penas está presente… Es fácil odiar a una masa sin nombre que no comulga con nuestro ideario, sin embargo, solo unos pocos desalmados serían capaces de odiar a un amigo por un desencuentro en estas cuestiones.
Pero no nos equivoquemos, con la ley en la mano, lo que ocurrió el sábado en el Camp Nou es un acto democrático y legítimo. Para mí, desafortunado en la forma, y sobre todo, en el escenario. Capítulo aparte merece la sornesca expresión de Artur Mas, quien sí participa de ese “juego” y sus mecanismos, y como tal debería acatar las reglas del mismo, o en su defecto, ausentarse del evento. Pero vayamos por partes.



El Ministerio de Presidencia valoró el hecho como "una falta de respeto para este deporte, para el conjunto de los aficionados y para todos los españoles, que tienen derecho a disfrutar de este partido como lo que es, un espectáculo deportivo, y, al mismo tiempo, a ser respetados a través de los símbolos que nos representan a todos y a nuestra democracia".

Remarco en negrita lo que más me interesa, aunque en general el párrafo no tiene desperdicio. Sí, todos tenemos derecho a disfrutar un espectáculo deportivo como lo que es. Tanto los españoles, se sientan o no como tal, como todos los espectadores de cualquier otra nacionalidad e ideología que vieron el partido. Algunos con bochorno, otros con sorpresa, y otros sin entender absolutamente nada… Y en ese sentido, deberíamos tomar buena nota de lo que se hace en otro país con diferentes identidades y sensibilidades nacionales como Gran Bretaña. Empezando por el nombre de las competiciones: La Carling Cup y la FA Cup. Ni Copa del Primer Ministro, Ni Copa Inglesa, ni Copa Británica. En el caso de la FA Cup, la competición tiene su propio himno, y en el caso de la Carling, desde hace algunos años, cuando se ha dado la posibilidad de que pudiera darse una falta de respeto en cualquier dirección, como en el caso de 2012 entre el Liverpool inglés y el Cardiff galés, no se han interpretado himnos. Todo, según la propia organización, para evitar faltas de respeto; nadie habló de violencia como sí se ha hecho de manera velada en este caso (aunque no en la nota oficial del Ministerio, que al menos en eso sí ha hilado fino).

La Copa “de SM El Rey”. Dejemos de lado las identidades nacionales, para ver lo absurdo de esos “símbolos que nos representan a todos”. Porque si cambiamos a alguien que no se siente español y por lo tanto, no representado por el himno nacional, por alguien que sí se siente español, pero no representado por la monarquía ni por el rey, la cosa cambia. El problema de fondo es el odio que genera desde la distancia un sentimiento y otro, siendo ambos legítimos mientras se ejerzan dentro del marco de la convivencia pacífica, ¿verdad? Quizás es más fácil respetar lo que no se comparte que lo que no se comprende. Y en ese punto, seguro que haciendo un poco de introspección, todos encontramos algún ejemplo que aplicarnos a nosotros mismos.

Por otro lado, puedo entender al aficionado que se siente ofendido por el gesto. Sobre todo me solidarizo con quien lo vive así, siendo aficionado a cualquiera de los dos equipos, forzado por unos y otros a presenciar algo hasta cierto punto evitable. En primer lugar, por parte de las propia organización y naturaleza de la competición como he descrito en el párrafo anterior, y en segundo, por existir maneras más acertadas, y sobre todo, escenarios muchísimo más propicios a mi modo de ver, para manifestar ese tipo de sentimientos; pero no, en esta sociedad que nos ha tocado vivir, todos queremos medirnos las pollas constantemente: no tocar mi himno es una derrota, no silbarlo, tres cuartos de lo mismo.

Pero cambiemos por un momento de sentimientos nacionales y de escenario… Realmente me pregunto si todos esos indignados condenan con la misma vehemencia la sonora pitada a La Marsellesa que se vivió en el Vicente Calderón.



Me pregunto si todos los que incluso piden la expulsión de ambos equipos de la competición verían bien, y hasta pedirían de manera ostentosa que España fuera expulsada de las competiciones a nivel de selecciones por aquel acto. Equipos que por cierto, nada tienen que ver con lo exprese o deje de expresar el público asistente. Y es que muchas veces, solo vemos la paja en el ojo ajeno. Aunque de puertas a fueras, queramos venderlo como el ojo propio, solo que un poco estrábico…

El mayor problema aquí, como he dicho antes, es de inclusiones. Ningún aficionado de un equipo se va a sentir ofendido porque se silbe el himno del contrario, algo que se asume como natural cuando son himnos que solo representan a un equipo, y difícilmente un español se va a sentir francés en este ejemplo (aunque también existen casos de doble nacionalidad), mientras que sí hay aficionados y simpatizantes del Athletic y del Barça que se han sentido ofendidos por escuchar a otros aficionados de su mismo equipo silbar un himno por el que sí se sienten representados. De ahí que considere que a los asistentes que silbaron (porque a los que no nadie los ha contado…) les ha faltado mano izquierda. También le ha faltado a quienes se pasaron los días previos medrando y coaccionando, conscientes de que a mayor acción, mayor reacción.

Tomarlo como una afrenta personal, y hasta como he leído por ahí, dejar de simpatizar con el equipo, me parece una niñería o un canto al viento por generar aún más humo y conseguir muchos RT’s, Favs, Likes, y toda esa retaíla de palabrejas que nada tienen que ver con la cuestión de fondo que pretenden vender. Y entre toda esa marabunta, los que ocupamos un espacio de neutralidad ideológica, y que además veníamos a disfrutar de todo lo demás, tenemos que soportar que personajes que en su puta vida han sido ejemplo de nada que tenga que ver con el respeto y la tolerancia, se conviertan en abanderados de las enardecidas masas con sus afilados tweets e incendiarias declaraciones. La mayoría, infinitamente más extremas que un inofensivo silbato, pero al parecer menos hirientes.

Supongo que ya vamos viendo por dónde van los tiros…

Y mientras todos confrontan nuevamente dos sensibilidades irreconciliables aunque no necesariamente enfrentadas como se empeñan en hacernos creer, no se habla DE FÚTBOL. No se habla del aplastante resurgir de un equipo al que se quiso dar por muerto hace cuatro días mal contados; todo ello mientras se vaticinaban ciclos triunfales, días de gloria, ambrosía, títulos por doquier e inimaginables deleites por parte de otro equipo que cierra un nuevo curso de inversión multimillonaria con las manos vacías. No se habla de la enorme e inalcanzable diferencia entre un Messi recuperado y cualquier otro jugador del planeta (en lo que a mí respecta, incluso de la historia, pero es algo de lo que os hablaré en otra ocasión, entendiendo que haya debate al respecto). No se habla de Luis Enrique, salvo para sembrar la duda de si se va o se queda, una vez cerrado el capítulo de su “insalvable” relación con Messi. Nadie se retracta de los improperios lanzados contra su estilo, que mezcla el sello de identidad de este equipo con algunas variantes que le confieren mayor verticalidad y pegada, y al mismo tiempo una mayor solvencia defensiva, sin contar un inmejorable trabajo físico así como en el terreno de la estrategia. No se analizan los datos que lo refrendan. No se habla de un Rakitic que en cualquier otra liga habría empequeñecido el tan ladrado fichaje de Kroos, de la recuperación de Piqué entre la élite, del incombustible Mascherano, del coraje y el juego instintivo de Luis Suárez… y si se habla de Neymar, válgame el cielo, es por sus “imperdonables provocaciones”, cuando semana tras semana tenemos que escuchar como se justifican linchamientos y otras provocaciones de las que no se hacen con un balón en los pies. Bendita provocación… más artistas y menos tuercebotas es lo que todos deberíamos querer para este deporte.


Mientras se habla de comisiones antiviolencia reunidas de urgencia en modo alerta nacional, mientras se habla de himnos, de banderas y de humo, no se habla de FÚTBOL. Y para un apasionado de este deporte como un servidor, no existe tragedia ni falta de respeto mayor…