Texto realizado por Marcos Lozano, voz autorizada que vive en primera persona las distintas corrientes derivadas de los últimos acontecimientos que han tenido lugar en el panorama futbolístico y político actual. También lo podéis encontrar en su blog: http://thedarkcritic.blogspot.com.es/
Dice así...
Dice así...
Ya lo
decía mi padre, qué tendrán que ver los cojones para comer trigo…
No soy
hombre de meterme en este tipo de “fregaos”, pero tampoco soy inmune al
bombardeo mediático y de las redes sociales, así que por una vez, y quizás también
para que sirva de precedente, voy a dar mi opinión sobre la ya famosa pitada al
himno nacional español.
30 de
Mayo de 2015, día de fútbol, final de Copa entre el Athletic Club y el Barça en
el Camp Nou. Un día que debería ser recordado por las muchas, muchísimas horas
y muestras de convivencia ejemplar entre los aficionados de ambos equipos por
las calles de Barcelona, por el incansable apoyo de una de las mejores
aficiones de nuestra Liga, si no la mejor, a su equipo, por los 60 minutos
largos de impresionante fútbol del Barça, o por la enésima exhibición de Messi.
En
lugar de eso, se ha dedicado mucha más tinta y saliva a lo sucedido durante
apenas un minuto previo al inicio del partido. Deporte y política, como agua y
aceite, nunca deberían mezclarse; son idiomas diferentes, simbologías
diferentes, valores casi antagónicos. Ya nos lo recordaba el grandioso spot del
Atlético de Madrid hace unos años.
Y es
que aquí se enfrentan dos sensibilidades entre las que, en este caso concreto, casi
todo el mundo tiene parte de razón, y al mismo tiempo nadie la tiene.
Como
“charnego” que soy (catalán hijo de inmigrantes), he desarrollado mi propio
punto de vista respecto a la actual situación. Entiendo y respeto el
sentimiento de identidad nacional catalana dentro del marco de la convivencia
pacífica, y por supuesto, apoyo firmemente la consolidación de su patrimonio cultural
y la lengua catalana, de los cuales me siento orgulloso, así como de otros
patrimonios pertenecientes a mi linaje. Esta es una postura que siempre he
defendido extrapolada a cualquier identidad nacional y cultura. No hay mayor
tragedia que negar cualquier singularidad para reafirmarnos en una homogeneidad
imaginaria. Sin embargo, creo que el movimiento independentista actual responde
más bien a una situación de rechazo a la incompetencia de los gobernantes a
nivel nacional, y a una manipulación interesada a nivel territorial, que a un
verdadero sentimiento identitario por parte de muchos (aunque esa, es otra
historia). Rechazo absolutamente la manipulación en ambos sentidos, y por
supuesto condeno la proliferación y manifestación del odio y la violencia en
cualquier dirección.
Y aquí
voy a abrir un pequeño paréntesis. Durante mi infancia, mucho antes de que todo
esto empezara, o mejor dicho, mucho antes de que se convirtiera en trending topic, pasaba casi todos los
veranos en la Andalucía
natal de mis padres. Y entre todos los amigos que allí hice, nadie me trataba
de manera diferente, salvo por la constante (y sanísima) curiosidad de cómo se
dice esto o aquello otro en catalán y preguntas por el estilo. Y sin embargo,
el coche de mi padre, taxista de profesión por aquel entonces, cada año volvía
con alguna cicatriz: cuando no era un escupitajo, era una rayada, una pedrada,
o una rueda pinchada. De la misma manera, imagino que mucha gente con matrícula
de Madrid en Cataluña podrá contar experiencias similares. Lo que vengo a
querer decir con esto, es que el odio, ejercido de manera impersonal y cobarde,
siempre ha estado ahí. La violencia está latente en nuestra propia naturaleza,
y la razón no siempre es capaz de combatirla. A veces a duras penas está
presente… Es fácil odiar a una masa sin nombre que no comulga con nuestro
ideario, sin embargo, solo unos pocos desalmados serían capaces de odiar a un
amigo por un desencuentro en estas cuestiones.
Pero no
nos equivoquemos, con la ley en la mano, lo que ocurrió el sábado en el Camp
Nou es un acto democrático y legítimo. Para mí, desafortunado en la forma, y
sobre todo, en el escenario. Capítulo aparte merece la sornesca expresión de
Artur Mas, quien sí participa de ese “juego” y sus mecanismos, y como tal
debería acatar las reglas del mismo, o en su defecto, ausentarse del evento. Pero
vayamos por partes.
El
Ministerio de Presidencia valoró el hecho como "una falta de respeto para
este deporte, para el conjunto de los aficionados y para todos los españoles, que tienen derecho a disfrutar de este
partido como lo que es, un espectáculo deportivo, y, al mismo tiempo, a ser
respetados a través de los símbolos que
nos representan a todos y a nuestra democracia".
Remarco
en negrita lo que más me interesa, aunque en general el párrafo no tiene
desperdicio. Sí, todos tenemos derecho a disfrutar un espectáculo deportivo
como lo que es. Tanto los españoles, se sientan o no como tal, como todos los
espectadores de cualquier otra nacionalidad e ideología que vieron el partido. Algunos
con bochorno, otros con sorpresa, y otros sin entender absolutamente nada… Y en
ese sentido, deberíamos tomar buena nota de lo que se hace en otro país con
diferentes identidades y sensibilidades nacionales como Gran Bretaña. Empezando
por el nombre de las competiciones: La Carling Cup y la
FA Cup. Ni Copa del Primer Ministro, Ni
Copa Inglesa, ni Copa Británica. En el caso de la
FA Cup , la competición tiene su propio
himno, y en el caso de la
Carling , desde hace algunos años, cuando se ha dado la
posibilidad de que pudiera darse una falta de respeto en cualquier dirección,
como en el caso de 2012 entre el Liverpool inglés y el Cardiff galés, no se han
interpretado himnos. Todo, según la propia organización, para evitar faltas de
respeto; nadie habló de violencia como sí se ha hecho de manera velada en este
caso (aunque no en la nota oficial del Ministerio, que al menos en eso sí ha
hilado fino).
Por
otro lado, puedo entender al aficionado que se siente ofendido por el gesto. Sobre
todo me solidarizo con quien lo vive así, siendo aficionado a cualquiera de los
dos equipos, forzado por unos y otros a presenciar algo hasta cierto punto evitable.
En primer lugar, por parte de las propia organización y naturaleza de la
competición como he descrito en el párrafo anterior, y en segundo, por existir
maneras más acertadas, y sobre todo, escenarios muchísimo más propicios a mi
modo de ver, para manifestar ese tipo de sentimientos; pero no, en esta sociedad
que nos ha tocado vivir, todos queremos medirnos las pollas constantemente: no
tocar mi himno es una derrota, no silbarlo, tres cuartos de lo mismo.
Pero
cambiemos por un momento de sentimientos nacionales y de escenario… Realmente
me pregunto si todos esos indignados condenan con la misma vehemencia la sonora
pitada a La Marsellesa
que se vivió en el Vicente Calderón.
Me
pregunto si todos los que incluso piden la expulsión de ambos equipos de la
competición verían bien, y hasta pedirían de manera ostentosa que España fuera
expulsada de las competiciones a nivel de selecciones por aquel acto. Equipos
que por cierto, nada tienen que ver con lo exprese o deje de expresar el
público asistente. Y es que muchas veces, solo vemos la paja en el ojo ajeno.
Aunque de puertas a fueras, queramos venderlo como el ojo propio, solo que un
poco estrábico…
El
mayor problema aquí, como he dicho antes, es de inclusiones. Ningún aficionado
de un equipo se va a sentir ofendido porque se silbe el himno del contrario, algo
que se asume como natural cuando son himnos que solo representan a un equipo, y
difícilmente un español se va a sentir francés en este ejemplo (aunque también
existen casos de doble nacionalidad), mientras que sí hay aficionados y
simpatizantes del Athletic y del Barça que se han sentido ofendidos por
escuchar a otros aficionados de su mismo equipo silbar un himno por el que sí
se sienten representados. De ahí que considere que a los asistentes que
silbaron (porque a los que no nadie los ha contado…) les ha faltado mano
izquierda. También le ha faltado a quienes se pasaron los días previos medrando
y coaccionando, conscientes de que a mayor acción, mayor reacción.
Tomarlo
como una afrenta personal, y hasta como he leído por ahí, dejar de simpatizar
con el equipo, me parece una niñería o un canto al viento por generar aún más
humo y conseguir muchos RT’s, Favs, Likes, y toda esa retaíla de palabrejas que
nada tienen que ver con la cuestión de fondo que pretenden vender. Y entre toda
esa marabunta, los que ocupamos un espacio de neutralidad ideológica, y que
además veníamos a disfrutar de todo lo demás, tenemos que soportar que
personajes que en su puta vida han sido ejemplo de nada que tenga que ver con
el respeto y la tolerancia, se conviertan en abanderados de las enardecidas
masas con sus afilados tweets e incendiarias declaraciones. La mayoría,
infinitamente más extremas que un inofensivo silbato, pero al parecer menos
hirientes.
Supongo
que ya vamos viendo por dónde van los tiros…
Y
mientras todos confrontan nuevamente dos sensibilidades irreconciliables aunque
no necesariamente enfrentadas como se empeñan en hacernos creer, no se habla DE
FÚTBOL. No se habla del aplastante resurgir de un equipo al que se quiso dar
por muerto hace cuatro días mal contados; todo ello mientras se vaticinaban
ciclos triunfales, días de gloria, ambrosía, títulos por doquier e
inimaginables deleites por parte de otro equipo que cierra un nuevo curso de
inversión multimillonaria con las manos vacías. No se habla de la enorme e
inalcanzable diferencia entre un Messi recuperado y cualquier otro jugador del
planeta (en lo que a mí respecta, incluso de la historia, pero es algo de lo
que os hablaré en otra ocasión, entendiendo que haya debate al respecto). No se
habla de Luis Enrique, salvo para sembrar la duda de si se va o se queda, una
vez cerrado el capítulo de su “insalvable” relación con Messi. Nadie se
retracta de los improperios lanzados contra su estilo, que mezcla el sello de
identidad de este equipo con algunas variantes que le confieren mayor
verticalidad y pegada, y al mismo tiempo una mayor solvencia defensiva, sin
contar un inmejorable trabajo físico así como en el terreno de la estrategia.
No se analizan los datos que lo refrendan. No se habla de un Rakitic que en
cualquier otra liga habría empequeñecido el tan ladrado fichaje de Kroos, de la
recuperación de Piqué entre la élite, del incombustible Mascherano, del coraje
y el juego instintivo de Luis Suárez… y si se habla de Neymar, válgame el
cielo, es por sus “imperdonables provocaciones”, cuando semana tras semana
tenemos que escuchar como se justifican linchamientos y otras provocaciones de
las que no se hacen con un balón en los pies. Bendita provocación… más artistas
y menos tuercebotas es lo que todos deberíamos querer para este deporte.
Mientras
se habla de comisiones antiviolencia reunidas de urgencia en modo alerta
nacional, mientras se habla de himnos, de banderas y de humo, no se habla de
FÚTBOL. Y para un apasionado de este deporte como un servidor, no existe
tragedia ni falta de respeto mayor…
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